El Riesgo de las
Recompensas
Por Alfie Kohn
Muchos educadores están acertadamente conscientes
de que los castigos y amenazas son contraproducentes. Haciendo sufrir a los
niños para alterar su comportamiento futuro se puede muchas veces obtener complicidad
temporal, pero esta estrategia no los ayuda a convertirse en personas que tomen
sus decisiones en forma ética y compasiva. El castigo, incluso referido
eufemísticamente como consecuencias, tiende a generar ira, desafío, y deseo de
venganza. Más aún, proporciona un modelo del uso del poder en lugar de la razón
y rompe la importante relación entre el adulto y el niño.
Del grupo de maestros y padres que hacen un
compromiso de no castigar a los niños, una proporción significante se inclina
por el uso de recompensas. La manera en que las recompensas son usadas, al
igual que los valores que son considerados importantes, difieren entre (y
dentro de) cada cultura. Sin embargo, este artículo tiene que ver con las
típicas prácticas de las aulas de clase en los Estados Unidos, donde los
stickers, estrellas, As y halagos, premios y privilegios, son usados
rutinariamente para inducir a los niños a aprender o a cumplir con las demandas
de un adulto (Fantuzzo et al., 1991). Al igual que con los castigos, el ofrecimiento
de recompensas puede causar complicidad temporal en muchos casos.
Desafortunadamente, las zanahorias no son más efectivas que los palos para en
ayudar a los niños a convertirse en personas cuidadosas, responsables o
personas que aprendan por sí mismas por el resto de su vida.
RECOMPENSAS VS. BUENOS VALORES
A lo largo de los años, los estudios han hallado
que los programas de modificación del comportamiento son raramente exitosos en
producir cambios duraderos en actitudes o incluso en el comportamiento. Cuando
las recompensas paran, la gente generalmente regresa a la manera en que actuaba
antes de que el programa empezara. Aún más perturbante, los investigadores han
descubierto recientemente que los niños cuyos padres hacen uso frecuente de
recompensas tienden a ser menos generosos que sus compañeros. (Fabes et al.,
1989; Grusec, 1991; Kohn 1990).
Efectivamente, las motivaciones extrínsecas no
alteran los compromisos emocionales o
cognitivos que están detrás del comportamiento 紡l menos no en
la dirección deseable. A un niño al que se le ha prometido algo a cambio de
aprender o de actuar responsablemente, se le han dado todas las razones para
dejar de hacer esto cuando ya no exista una recompensa a obtener.
Las investigaciones y la lógica sugieren que el
castigo y las recompensas no son realmente opuestos, si no dos caras de la
misma moneda. Ambas estrategias se convierten en formas de tratar de manipular
el comportamiento de alguien. En el primer caso, se provoca la pregunta, ¿Qué
es lo que ellos quieren que yo haga, y qué me pasará si no lo hago?, y en el
otro caso, llevando al niño a preguntar, Qué es lo que ellos quieren que haga y
qué recibiré por hacerlo? Ninguna de estas estrategias ayuda a los niños a
tratar de resolver la pregunta, Qué tipo de persona quiero ser?.
RECOMPENSAS VS. LOGROS
Las recompensas no son más útiles para incentivar
los logros de lo que lo son para promover buenos valores. Al menos dos docenas
de estudios han mostrado que la gente que espera recibir una recompensa por
completar una tarea (o hacerla con éxito) simplemente no la hace tan bien como
quienes no esperan nada (Kohn, 1993). Este efecto es fuerte en los niños
pequeños, niños más grandes y adultos; para hombres y mujeres; para recompensas
de todos los tipos; y para tareas que van desde la memorización de hechos hasta
diseñar collages o resolver problemas. En general, mientras más pensamiento con
sofisticación cognitiva y final abierto se requiera para hacer una tarea, peor
tiende a actuar la gente, cuando han sido llevados a realizar la tarea a cambio
de una recompensa.
Existen varias explicaciones plausibles para este
hallazgo enigmático pero remarcablemente consistente. La más convincente de
estas es que las recompensas producen la pérdida de interés de
la gente en cualquier cosa por la que sean recompensados por hacer. Este fenómeno,
que ha sido demostrado en los resultados de estudios (Kohn, 1993), tiene
sentido, ya que la “motivación” no es una característica singular que un
individuo posea en mayor o menor grado. Por el contrario, la motivación
intrínseca (un interés en la tarea por su propia satisfacción) es
cualitativamente diferente de la motivación extrínseca (en la cual el
cumplimiento de la tarea es visto sobre todo como un pre-requisito para obtener
algo más) (Deci & Ryan, 1985). Por lo tanto, la pregunta que los educadores
necesitan hacerse no es cuán motivados están sus estudiantes, si no cómo sus
estudiantes están motivados.
En un estudio representativo, se presentó a niños
pequeños una bebida no conocida llamada Kefir. A algunos solamente se les pidió
que la bebieran; a otros se les halagó excesivamente por hacerlo; a un tercer
grupo se les prometió regalos si bebían suficiente. Aquellos niños que
recibieron ya sea la recompensa verbal o tangible consumieron más bebida que
los otros niños, como se puede predecir. Pero una semana más tarde, estos niños
la hallaron significativamente menos gustosa que anteriormente, mientras que
los niños a los que no se les ofreció recompensa gustaron de ella tanto, si no
más, de lo que lo hicieron anteriormente. (Birch et al., 1984). Si sustituimos
beber Kefir por leer o hacer matemáticas, o actuar generosamente, empezamos a
vislumbrar el poder destructivo de las recompensas. Los datos sugieren que
mientras más queremos que los niños quieran hacer algo, más
contraproducente será recompensarlos por hacerlo.
Deci y Ryan (1985) describen el uso de recompensas
como control a través de la seducción. Control, ya sea mediante amenazas o
sobornos, conducen a hacer las cosas a los niños en
lugar de trabajar con ellos. Esto al
final debilita las relaciones, tanto entre estudiantes (llevando a reducir el
interés por trabajar con los compañeros) y entre estudiantes y adultos (en la
medida en que pedir ayuda puede reducir las probabilidades de recibir una
recompensa).
Más aún, los estudiantes a los que se les incentiva
a pensar en notas, stickers, u otros regalos, se vuelven menos inclinados a
explorar ideas, pensar en forma creativa, y tomar riesgos. Por lo menos diez
estudios han mostrado que las personas a quienes se les ha ofrecido una
recompensa generalmente escogen la tarea más fácil (Kohn, 1993). En la ausencia
de recompensas, por el contrario, los niños están inclinados a escoger las
tareas que están justo dentro de su nivel de habilidad.
IMPLICACIONES PRÁCTICAS DEL FRACASO DE LAS
RECOMPENSAS
Las implicaciones de este análisis y estos datos
son preocupantes. Si la pregunta es ¿Motivan las recompensas a los
estudiantes?, la respuesta es, Absolutamente: estas motivan a los estudiantes a
obtener recompensas. Desafortunadamente, ese tipo de motivación generalmente
surge a expensas del interés y excelencia en cualquier cosa que estén haciendo.
Lo que se necesita, entonces, es nada menos que una transformación de nuestras
escuelas.
En primer lugar, el manejo de los programas de
clase basados en recompensas y consecuencias deben ser evitados por cualquier
educador que quiera que sus estudiantes tomen responsabilidad por sus propio
comportamiento (y de los otros)- y por cualquier educador que coloque la
internalización de valores positivos por encima de la obediencia ciega. La
alternativa a los sobornos y amenazas es trabajar para crear una comunidad
solidaria, cuyos miembros resuelvan sus problemas colaborando y decidiendo
juntos sobre cómo quieren que sea su clase (DeVries & Zan, 1994; Solomon et
al., 1992).
En segundo lugar, se ha visto que particularmente
las notas tienen un efecto perjudicial en el pensamiento creativo, retención a
largo plazo, interés en aprender, y preferencia por tareas desafiantes. (Butler
& Nisan, 1986; Grolnick & Ryan, 1987). Estos efectos perjudiciales no
son el resultado de muchas malas calificaciones, ni muchas buenas
calificaciones, o de la fórmula equivocada para calcular las notas. Por el
contrario, son el resultado de la práctica de evaluar en sí misma, y la orientación
extrínseca que esta promueve. El uso de recompensas o consecuencias por parte
de los padres para inducir a los niños a desempeñarse bien en la escuela tiene
un efecto similarmente negativo sobre el gusto de aprender y, finalmente, en el
desempeño (Gottfried et al., 1994). El evitar estos efectos requiere de
prácticas de evaluación orientadas a ayudar a los estudiantes a experimentar el
éxito y el fracaso no como una recompensa o castigo, si no como información.
Finalmente, esta distinción entre recompensa e
información podría ser aplicada también a la retroalimentación positiva. Aunque
puede ser de utilidad escuchar sobre el éxito de uno mismo, y muy deseable el
recibir soporte y ánimos por parte de los adultos, la mayor parte de halagos es
equivalente a una recompensa verbal. En lugar de ayudar a los niños a
desarrollar su propio criterio para el aprendizaje efectivo o comportamiento
deseado, los halagos pueden crear una dependencia creciente a asegurar la
aprobación de alguien más. En lugar de ofrecer apoyo incondicional, los halagos
hacen que la respuesta positiva esté condicionada a hacer lo que el adulto
demanda. En vez de aumentar el interés por una actividad, el aprendizaje es
devaluado en la medida en que viene a ser visto como un pre-requisito para
recibir la aprobación del profesor (Kohn, 1993).
CONCLUSIÓN
En breve, los buenos valores tienen que ser
cultivados desde adentro. Los intentos de acortar el camino en este proceso,
colgar recompensas frente a los niños es en el mejor de los casos ineficaz, y
en el peor, contraproducente. Los niños tienden a volverse estudiantes
entusiastas y con gusto por el aprendizaje por el resto de su vida, como
resultado de haber sido provistos de un currículo atractivo, una comunidad
segura y solidaria, en donde descubrir y crear, y un grado significativo de
elección sobre qué (y cómo y por qué) ellos están aprendiendo. Las recompensas ・como los
castigos- son innecesarias cuando estas cosas están presentes, y son por último
destructivos en cualquier caso.
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