Cantos
de Vida y Esperanza
Por Rubén Darío.
Yo soy aquel que ayer
no más decía
el verso azul y la
canción profana,
en cuya noche un
ruiseñor había
que era alondra de luz
por la mañana
El dueño fui de mi
jardín de sueño,
lleno de rosas y de
cisnes vagos;
el dueño de las
tórtolas, el dueño
de góndolas y liras en
los lagos;
y muy siglo diez y ocho
y muy antiguo
y muy moderno; audaz,
cosmopollita;
con Hugo fuerte y con
Verlaine ambiguo,
y una sed de ilusiones
infinitas.
Yo supe de dolor desde
mi infancia,
mi juventud... ¿fue
juventud la mía?
Sus rosas aún me dejan
la fragancia...
una fragancia de
melancolía...
Potro sin freno se
lanzó mi instinto,
mi juventud montó potro
sin freno;
iba embriagada y con
puñal al cinto;
si no cayó, fué porque
Dios es bueno.
En mi jardín se vió una
estatua bella;
se juzgó de mármol y
era carne viva;
un alma joven habitaba
en ella,
sentimental, sensible,
sensitiva.
-
Y tímida, ante el
mundo, de manera
que encerrada en
silencio no salía,
sino cuando en la dulce
primavera
era la hora de la
melodía...
Hora de ocaso y de
discreto beso;
hora crepuscular y de
retiro;
hora de madrigal y de
embeleso,
de "te
adoro", de "¡ay!" y de suspiro.
Y entonces era en la
dulzaina un juego
de misteriosas gamas
cristalinas,
un renovar de notas del
Pan griego
y un desgranar de
músicas latinas.
Con aire tal y con
ardor tan vivo,
que a la estatua nacían
de repente
en el muslo viril patas
de chivo
y dos cuernos de sátiro
en la frente.
Como la Galatea
gongorina
me encantó la marquesa
varleniana,
y así juntaba a la
pasión divina
una sensual
hiperestesia humana;
todo ansia, todo ardor,
sensación pura
y vigor natural; y sin
falsía,
y sin comedia y sin
literatura...:
Si hay un alma sincera,
ésa es la mía.
La torre de marmil
tentó mi anhelo;
quise encerrarme dentro
de mí mismo,
y tuve hambre de
espacio y sed de cielo
desde las sombras de mi
propio abismo.
Como la esponja que la
sal satura
en el jugo del mar, fué
el dulce y tierno
corazón mío, henchido
de amargura
por el mundo, la carne
y el infierno.
Mas, por la gracia de
Dios, en mi conciencia
el Bien supo elegir la
mejor parte;
y si hubo áspera hiel
en mi existencia,
melificó toda acritud
el Arte.
Mi intelecto libré de
pensar bajo,
bañó el agua castalia
el alma mía,
peregrinó mi corazón y
trajo
de la sagrada selva la
armonía.
¡Oh, la selva sagrada!
¡Oh, la profunda
emanación del corazón
divino
de la sagrada selva!
¡Oh, la fecunda
fuente cuyo virtud
vence al destino!
Bosque ideal que lo
real complica,
allí el cuerpo arde y
vive y Psiquis vuela;
mientras abajo el
sátiro fornica,
ebria de azul deslíe
Filomela.
Perla de ensueño y
música amorosa
en la cúpula en flor
del laurel verde,
Hipsipila sutil liba en
la rosa,
y la boca del fauno el
pezón muerde.
Allí va el dios en celo
tras la hembra,
y la caña de Pan se
alza del lodo;
la eterna vida sus
semilas siembra,
y brota la armonía del
gran Todo.
El alma que entra allí
debe ir desnuda,
temblando de deseo y
fiebre santa,
sobre cardo heridor y
espina aguda:
así sueña, así vibra y
así canta.
Vida, luz y verdad, tal
triple llama
produce la interior
llama infinita.
El Arte puro como
Cristo exclama:
¡Ego sum lux et veritas
et vita!
Y la vida es misterio,
la luz ciega
y la verdad inaccesible
asombra;
la adusta perfección
jamás se entrega,
y el secreto ideal
duerme en la sombra.
Por eso ser sincero es
ser potente;
de desnuda que está,
brilla la estrella;
el agua dice el alma de
la fuente
en la voz de cristal
que fluye de ella.
Tal fué mi intento,
hacer del alma pura
mía, una estrella, una
fuente sonora,
con el horro de la
literatura
y loco de crepúsculo y
de aurora.
Del crepúsculo azul que
da la pauta
que los celestes
éxtasis inspira,
bruma y tono menor
¡toda la flauta!,
y Aurora, hija del Sol
¡toda la lira!
Pasó una piedra que
lanzó una honda;
pasó una flecha que
aguzó un violento.
La piedra de la honda
fué a la onda,
y la flecha del odio
fuése al viento.
La virtud está en ser
tranquilo y fuerte;
con el fuego interior
todo se abrasa;
si triunfa del rencor y
de la muerte,
y hacia Belén... ¡la
caravana pasa!
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